INTERPRETACIONES HISTORICAS ACERCA
DEL CONOCIMIENTO CIENTIFICO
José
Padrón - Caracas – Postgrado, USR - (1992)
Como ya se sabe, el conocimiento
humano ha sido tradicionalmente un importante objeto de estudio de la Filosofía. “Gnoseología”, “Epistemología” o, simplemente, “Teoría del Conocimiento” son términos muy usuales con que se
denomina ese campo especializado dentro de la filosofía.
Aparte de los estudios realizados en
torno al conocimiento cotidiano, a veces llamado “conocimiento vulgar”, la parte más interesante de esta especialidad
filosófica es la que se centra sobre el conocimiento institucionalizado, de
carácter sistemático-socializado, aquél que se caracteriza primordialmente por
su función de generar cambios en las sociedades, de sustentar acciones
racionales colectivas, de producir innovaciones instrumentales y tecnológicas,
de definir perfiles histórico-culturales de las sociedades, etc. El
conocimiento “Científico” o “Ciencia”, de modo muy particular, es la
variante más representativa y evolucionada del conocimiento institucionalizado
o sistemático-socializado. Por ejemplo, la determinación del clima
organizacional existente en una cierta empresa comercial, obtenida mediante
instrumentos refinados y métodos rigurosos, es un caso muy concreto de conocimiento
sistemático que no necesariamente es conocimiento científico, pero que, aún
así, es mucho más creíble, confiable o corregible que, por ejemplo, las
opiniones personales o las corazonadas del gerente. En cambio, la teoría de
la relatividad es, estrictamente, un caso de conocimiento científico.
Pero ¿dónde están los límites y
diferencias entre estos tipos de conocimiento? Más en detalle, ¿qué rasgos
específicos distinguen el conocimiento científico? ¿En qué consiste,
esencialmente? ¿Cómo se produce? ¿Cuál es su valor? Preguntas como éstas han
constituido un problema central en el marco de la Epistemología , en
cuanto especialidad filosófica. Y, como suele suceder en todas las áreas de la Filosofía , las
respuestas son, a través de la historia, múltiples y frecuentemente incompatibles
entre sí.
Aunque tales respuestas se han
venido produciendo desde épocas muy remotas, imposibles de precisar, es en el
siglo XX cuando adquirieron su mayor relevancia, hasta el punto de que
expresiones tales como “Filosofía de la Cien cia” o “Metodología de la Ciencia ” resultan
imprescindibles en el lenguaje académico actual. A pesar de su gran complejidad
y controversialidad, es sencillo explicar el interés, la importancia y la relevancia
histórica del tema: preguntarse por el conocimiento científico equivale, en
términos muy generales y primitivos, a preguntarse por la validez o
credibilidad que tienen ciertos datos cognoscitivos sobre otros; equivale a
preguntarse por la garantía o seguridad que ofrece un planteamiento cualquiera
en cuanto posible fundamento de las acciones humanas. En tal sentido, unas
preguntas como, por ejemplo, “¿Cómo sé
que lo que dices es verdad?” o “¿Cómo
sé que puedo guiarme por tus explicaciones e informaciones respecto a esta duda?”
revelan la importancia del conocimiento sistemático y, más en especial, del
conocimiento científico. Cuando alguien hace una pregunta de ese tipo no hace
más que revelar, en el fondo, la necesidad de una Filosofía de la Ciencia. Es así como
esta área filosófica se ha convertido
en uno de los grandes núcleos de interés humano, sobre todo en este siglo,
cuando se han revolucionado practicamente todos los conocimientos anteriores y
cuando la tecnología derivada de la ciencia ha demostrado su gran poder de
penetración y control sobre el comportamiento de la naturaleza y del ser
humano.
En la exposición que sigue se
intentará resumir la problemática epistemológica a través de la historia. Se
hará más énfasis en el siglo XX y se evitarán las referencias continuas (la
base referencial es bastante general y de dominio común; en particular, véanse
AA VV, 1978; Abbagnano, 1986; Ayer, 1965; Echeverría, 1989; y García-Bacca,
1963).
1. ANTES DEL SIGLO XX
En el período grecorromano clásico,
el conocimiento científico se concibió, en líneas generales, como respuesta a
dudas absolutamente universales, que interesaban a todos, que trascendían
cualquier necesidad individual o grupal
y que se derivaba de reglas previamente
bien definidas de construcción y demostración. Unas veces, tales reglas
se basaban casi exclusivamente en sistemas precisos e inequívocos de razonamiento
y argumentación (Zenón, Parménides, Heráclito, Demócrito, Euclides, Sócrates,
Platón); otras veces, en la conjugación de sistemas de razonamiento con sistemas
de registro sensorial tal como la observación sistemática y la atención a
hechos constatables (Aristóteles); otras veces, en la conjugación de sistemas
de razonamiento con sistemas observacionales y, además, con sistemas
experimentales o de manipulación (Arquímedes). Como denominador común de estas
interpretaciones, hay una base eminentemente racional en la interpretación de
la ciencia. Es decir, el conocimiento sistemático busca su garantía en los
mecanismos de la razón humana y no en los sentimientos ni en la percepción
sensorial ni en las posibilidades adivinatorias, fantaseadoras o sobrenaturales
de la mente humana: o sea, siempre la razón por encima del corazón y de los
sentidos biológicos. De hecho, el modelo axiomático e hipotético-deductivo fue
el aparato formal en que los antiguos griegos concibieron la producción de
conocimientos científicos, a los cuales se les exigía, ante todo, mecanismos
definidos de demostración o comprobación. Este fue, en general, el denominador
común de esa interpretación histórica. Las diferencias, en cambio, en sus
aspectos más notables, radicaron en sus concepciones acerca de la relación
entre el hombre y el mundo, es decir, entre el sujeto y el objeto de conocimiento.
Para unos, había un mundo objetivo e independiente del hombre, directamente
ubicados uno frente al otro, lo cual planteaba dudas o misterios que podían
ser dilucidados (el realismo de Arquímedes y Aristóteles, entre otros); para
otros, ese mundo aparentemente objetivo era engañoso, era un reflejo proyectado
sobre la mente humana en forma de ideas, proveniente de otras esferas ocultas
y que sólo podía ser conocido en relación con otros mundos originales
subyacentes (el idealismo de Platón, por ejemplo); para otros, finalmente, el
conocimiento total y definitivo del mundo era una ambición utópica, un
proyecto desmedido en relación con las escasas capacidades de la mente humana
y con la vasta complejidad del mundo (el escepticismo y agnosticismo, en
general). Sin embargo, por encima de estas diferencias, el conocimiento
científico se interpretó, en términos globales, como un proceso sometido a
reglas explícitas y organizadas, como una respuesta segura a intereses
universales duraderos y como una construcción teórica de base axiomática e hipotético-deductiva.
Muchos siglos después, en la época
del Renacimiento, el conocimiento científico se reinterpreta como aproximación
al mundo físico observable, en evidente omisión del mundo constituido por los
hechos de la mente humana y de las tendencias o actos de los hombres. Se hace
hincapié en el enfoque de la experimentación, propuesto por Arquímedes, y en
la fase de las comprobaciones empíricas, observables, directamente asociadas a
la experiencia medible. Se vincula el conocimiento científico a un tipo de lenguaje
diferente al lenguaje cotidiano, literario y, en suma, verbal: es ahora el
lenguaje aritmético el que signa los procesos de la ciencia (Galileo, Newton,
Leibnitz). Aunque la interpretación renacentista de la ciencia seguía fiel al
patrón racionalista de los griegos, su énfasis en los aspectos experimentales y
observables, acompañado de los éxitos derivados en el ámbito de la física
mecanicista (teoría heliocéntrica,
teoría de la gravitación universal, etc.), da paso posteriormente a una
interpretación empírico-inductivo-cuantitativa de la ciencia, formulada
expresamente por Bacon en términos de un proceso mecánico y estereotipado de
observación, clasificación, generalización y confrontación de hechos
constatables, sobre la base de un lenguaje aritmético. Así, el conocimiento
científico comenzaba por los hechos evidentes, se ampliaba a través de
generalizaciones de tales hechos y se validaba, finalmente, en confrontación
con los mismos. Así, el científico era alguien que veía, observaba, medía,
clasificaba, generalizaba y experimentaba esas generalizaciones, valiéndose
casi siempre de lenguajes aritméticos.
Con Descartes y Leibnitz hubo una
reacción a la interpretación formulada por Bacon y una vuelta al racionalismo
de los griegos. Centraron su atención en el aspecto de razonamiento y
pensamiento como base fundamental del conocimiento, por encima de los datos
observacionales-sensoriales y de los procesos empíricos. Ampliaron, además, el
lenguaje aritmético hasta dimensiones matemáticas mucho más integrales y
abstractas (álgebra, geometría analítica, cálculo infinitesimal, lógica
simbólica y lenguajes formales...). De ese modo, reinterpretaron el conocimiento
científico como un proceso estrechamente vinculado a estructuras de
pensamiento, que luego se acoplaba a los datos sensoriales explorando en éstos
aquellos sistemas de cosas que satisfacían las estructuras abstractas de
pensamiento. Hubo, sin embargo, un hecho histórico que eclipsó la
interpretación racionalista de Descartes y Leibnitz, favoreciendo el enfoque
empírico-inductivo de Bacon: mientras, por un lado, la interpretación
racionalista adolecía de mecanismos de vinculación con la experimentación y la
observación, por otro lado la interpretación empirista satisfacía en modo más
rápido e inmediato las aspiraciones de expansión y consolidación de los grupos
sociales dominantes a través de aplicaciones técnico-instrumentales en la
esfera del control económico y militar. Así, el concepto de ‘ciencia moderna’
se asoció al concepto de posesión de medios de producción y control social. Las
interpretaciones de Herschell, Stuart Mill y Whewell no hicieron sino reforzar
el sentido empírico-inductivo de la ciencia, tras la propuesta de Bacon,
siempre bajo la referencia de los intereses técnico-instrumentales de las
clases sociales dominantes.
Por lo que se refiere a la relación
entre sujeto y objeto de conocimiento, en todo este período, entre los siglos
XVI y XIX, la ciencia se interpretó de acuerdo a dos posiciones esenciales:
una, según la cual el mundo era cognoscitivamente válido en sí mismo y otra,
según la cual el mundo, en cuanto objeto de conocimiento, era producto de la
construcción de la mente humana. Esta última posición, calificada usualmente
como ‘idealismo’, insiste en el carácter de producto mentalmente procesado o
de constructo mental que tienen las cosas y hechos de la realidad bajo estudio.
Kant, por ejemplo, suponía el filtro constante de esquemas mentales (formas
apriorísticas de pensamiento) a los cuales se amoldaban los datos empíricos en
términos de contenidos variables. De esto resulta que el objeto de conocimiento
científico no es tanto el mundo en sí mismo, sino el constructo generado a
partir de la relación entre formas constantes de pensamiento y contenidos
variables de la realidad. Supuso, además, que la demarcación sustancial entre
‘Ciencia’ y ‘Conocimiento Cotidiano’
estaba en el concepto de ‘Sistema’ unificado o unidad sistemática:
mientras el conocimiento cotidiano era una simple colección de datos, la
ciencia era un sistema ordenado de datos unificados bajo categorías y niveles
jerárquicos. En esta misma línea kantiana se ubicaron también, en general,
las interpretaciones de carácter teológico-metafísico y psicologista impregnadas
por los rasgos de la época del romanticismo y, más tarde, del existencialismo
(Fichte, Schelling, Hegel, Husserl, Dilthey, Heidegger...).
Sintetizando,
tenemos hasta aquí, en el período anterior al s. XX, dos grandes interpretaciones del conocimiento
científico: una, que sitúa la validez del conocimiento en los mecanismos de la
razón; otra, que sitúa esa validez en los datos de los sentidos y de la experiencia.
La primera es, esencialmente, la interpretación RACIONALISTA del conocimiento científico, asociada comunmente al
método deductivo de descubrimiento
y comprobación; la segunda, la interpretación EMPIRISTA, que privilegia el método inductivo. En el primer enfoque se destacan los filósofos y
científicos de la época helenística clásica (practicamente todos), los
filósofos escolásticos (Sto. Tomás, Duns Scoto...) y ciertos pensadores que
conjugaron la filosofía con la lógica y la matemática (Descartes, Leibnitz y
Kant, quien específicamente aplicó el término “racionalismo” a su propia posición). Pero, desde otro ángulo, esas
dos interpretaciones varían, se modifican o se especifican de acuerdo a dos
puntos de vista también interpretativos que se les superponen o se les cruzan:
según el primero de esos dos puntos de vista, el mundo cognoscible o los
objetos de conocimiento son independientes de la mente humana, existen por sí
mismos y están allí, frente a nosotros, separados de nuestra mente, sin que
resulten alterados por nuestra presencia ni por nuestros actos de
conocimiento. Según el otro punto de vista, el mundo es “según el cristal con que se le
mire”; nuestro conocimiento de las cosas siempre estará condicionado por
nuestra manera de ver, por nuestras estructuras de percepción y pensamiento,
hasta el punto de que, en definitiva, no nos acercamos nunca a las cosas como
son en sí mismas sino como las representamos en nuestra mente.
El primer punto de vista constituye,
esencialmente, una interpretación REALISTA
del conocimiento científico, asociada a una base de objetividad, mientras que el segundo constituye una interpretación
IDEALISTA, asociada a una base de subjetividad. Evidentemente, entre
ambas posiciones hay matices intermedios que van desde el “realismo
ingenuo”, pasando por el “realismo
crítico”, por ejemplo, hasta el idealismo “absoluto” o “dogmático”.
2. EN EL SIGLO XX
En este período las interpretaciones
anteriores se llevan a extremos de elaboración, de detalle y de profundización,
casi siempre bajo una referencia sumamente importante de la que no disponían
los pensadores de antes y que ahora se mostraba en toda su magnitud: las
conquistas tecnológicas derivadas de determinados logros del conocimiento
científico, especialmente en Física. Puede decirse que todas las interpretaciones
de la investigación científica durante el siglo XX se han visto obligadas a confrontarse,
en un eje histórico y socioeconómico, con los fundamentos teórico-metodológicos
de los hallazgos más productivos y ‘rentables’ en el plano del control de la naturaleza y de las
sociedades. Dado que las más significativas necesidades humanas estuvieron
diagnosticadas en función del confort, la sobrevivencia y el dominio social y
dado que dichas necesidades dependían estrechamente del aprovechamiento de
recursos materiales (tecnologías militares, medicinales, industriales, etc.),
sucedió que el conocimiento científico se evaluó exclusivamente por su relación
con la satisfacción de tales necesidades, casi primarias, y por su rendimiento
en la explotación de recursos materiales. La Física , de modo muy particular, fue entonces el
área de desarrollo científico más adecuada y más presionada, promovida y favorecida.
Sus logros se convirtieron, de ese modo, en referencia obligada para el estudio
de las vías y de la naturaleza del conocimiento científico. A medida que, con
el tiempo, aquellas necesidades iniciales se fueron diversificando y
contextualizando, se fueron también ampliando las referencias sociohistóricas y
los intereses hacia otras áreas del conocimiento científico, hasta tocar el
área de los procesos psicológicos y sociológicos, incluyendo el caso de la Educación.
En todo caso, sobre la base de estas
referencias progresivamente más amplias, las interpretaciones del conocimiento
científico y de sus respectivos procesos de producción estuvieron agrupadas,
durante el siglo XX, en torno a cuatro
claves sociohistóricas esenciales, que se exponen a continuación. En estas
claves se forjan, durante el siglo XX, tres modelos básicos de interpretación
del conocimiento científico que aquí se llamarán: Empirismo Lógico, Sociohistoricismo Humanista (o
"interpretativo") y Racionalismo
Crítico.
2.1. La reacción contra el Pensamiento
Especulativo (Religioso, Metafísico, Político,
Retórico, etc.)
Después de Arquímedes y de su
hidrostática, hasta los aportes de Galileo (¡más de setecientos años!), la humanidad dejó de
producir conocimientos científicos actualmente registrados. En todo ese
tiempo, tanto los productos de conocimiento como sus procesos investigativos
de producción fueron anulados, respectivamente, por ‘verdades’ impuestas desde
los vértices de la autoridad político-religiosa y por artificios retóricos de
especulación confusa. El mundo concreto observable y constatable y, por tanto,
las necesidades materiales humanas (enfermedades, pobreza, ignorancia...)
quedaba totalmente ignorado ante los ‘dogmas de fe’ y ante el discurso ambiguo
manipulador. El discurso religioso imponía aseveraciones indiscutidas e
indiscutibles, mientras el discurso filosófico imponía temas y modos de
pensamiento que eran inmunes e impunes a toda crítica, a todo análisis. No
tenía valor alguno el mundo sensible ni el mecanismo biológico para percibirlo
ni la capacidad mental para explicarlo. A excepción de las verdades de fe,
casi el único parámetro de ‘conocimiento’,
no había medios ni referencias para evaluar la realidad ni para
analizar las interpretaciones del mundo.
Llegada la época del Renacimiento y
el consecutivo auge de las demandas comerciales, surge el EMPIRISMO como pensamiento
crítico-revolucionario y como propuesta para la producción de conocimientos
científicos (discutibles, validables). Paralelamente, el RACIONALISMO se ofrece también como vía revolucionaria para la
liberación del pensamiento de las cadenas del dogmatismo y de la especulación.
Pero, a pesar de las conquistas y aportes empiristas y racionalistas (Bacon,
Leibnitz..., Newton, Kepler...), el dogmatismo religioso aún controlaba buena
parte de los centros académicos y la filosofía se encerraba en la ‘metafísica’
(= lo que está más allá de lo físico), con un lenguaje imposible de evaluar. El
dogma y la especulación se enfrentaban a los hallazgos de la Física , la Biología y la Química , los cuales, ya en
el siglo XIX, comenzaban a influir sobre ciertas disciplinas ‘humanísticas’
tales como la Sociología
y la Lingüística
(Linneo, Darwin, Curie, Comte, Saussure...). El siglo XIX, precisamente, fue
el gran escenario del debate entre el discurso ambiguo y el discurso exacto,
entre el dogma y la crítica, entre lo “metafísico”
y lo “físico” y, en fin, entre la
especulación y la ciencia. Por una parte, en este siglo se aceleraron los
descubrimientos generadores de tecnología; pero, por otra parte, el dogma, el escepticismo
y el pensamiento ambiguo recibieron un fuerte impulso de parte del ROMANTICISMO,
el cual pregonaba la desconfianza en la razón y en la capacidad sensorial a
favor del sentimiento, la intuición y la emotividad. Al comenzar el siglo XX,
el EXISTENCIALISMO añade aún más fuerza al pensamiento metafísico, ambiguo e
incontrolado. Frente a estas amenazas, fue el EMPIRISMO inductivo, mucho más
que el RACIONALISMO deductivo, el que
evidenció mayores aportes tecnológicos y mayor fuerza polemizadora. De ahí que
el empirismo inductivo, bajo ciertos cánones identificados con la palabra POSITIVISMO, se convirtiera en la
primera y más influyente interpretación del conocimiento científico en el
siglo XX, reaccionando contra el pensamiento anárquico o especulativo y
propugnando el conocimiento riguroso, sometido a reglas de validación fundadas
en la experiencia constatable.
Después de 1920, en la ciudad de
Viena se conformó un célebre grupo conocido como ‘CIRCULO DE VIENA’. Fue un grupo de académicos que se inició como
equipo informal de reflexión, discusión e intercambio intelectual, con ocasión
de un seminario dirigido por Moritz Schlick en la cátedra de Filosofía de las
Ciencias Inductivas de la
Universidad de Viena, en 1922. Algún tiempo después, este
grupo se convirtió en un núcleo influyente de concepciones definidas en torno
al conocimiento científico y a sus procesos de producción, sobre todo a partir
de 1929, cuando declaran sus convicciones a través de un documento público titulado
“La Concepción Científica
del Mundo. El Círculo de Viena”. Inmediatamente después, publicarían
muchos documentos más a través de artículos de una revista propia (“Erkenntnis” o “Conocimiento”) y de ensayos monográficos sucesivos. Aunque esta
escuela era, en general, de procedencia alemana, pronto adquirió carácter internacional,
especialmente a través del mundo anglosajón (los psicólogos conductistas en
EU, Alfred Ayer en Inglaterra, Jorgen Jorgensen en Dinamarca, Philipp Frank en
Checoslovaquia, etc.). Su mayor grado de internacionalización e influencia
tuvo lugar a raíz de la invasión y persecución nazi en Austria, cuando sus
miembros emigraron a distintos países donde continuaron, cada quien a su
manera, difundiendo las ideas del Círculo (“International
Enciclopedy of Unified Science”, desde Chicago; “The Journal of Unified Science”, desde La Haya , etc.). Los miembros del
Círculo fueron, en su gran mayoría, profesores universitarios de formación
científica: Rudolph Carnap, Kurt Gödel, Hans Hahn (lógicos y matemáticos),
Otto Neurath (economista), Hans Reichembach, Philipp Frank, Carl Hempel (físicos)
y muchos otros, todos vinculados de alguna manera al trabajo filosófico en
torno a la investigación científica.
En general, las posiciones del
Círculo de Viena estuvieron directamente influenciadas por cuatro
antecedentes básicos, los primeros dos de carácter filosófico, el tercero de
carácter histórico y el otro de carácter instrumental.
En primer lugar, el “empirio-criticismo” del físico austríaco
Ernst Mach nacido en 1838 y muerto en 1916, con fuertes implicaciones
neopositivistas, el cual sólo reconocía como datos válidos de conocimiento
aquellos elementos ubicados en la experiencia y traducidos en señales de
captación sensorial, excluyendo todo enunciado `a priori’ y todo juicio que no
pudiera ser confrontado con datos sensoriales.
En segundo lugar, las posiciones de
Viena se apoyaron en el “análisis lógico
del conocimiento” de Wittgenstein, nacido en 1889 y muerto en 1951, así
como en sus tesis sobre la naturaleza “analítica”
de la Lógica y
la Matemática
y en sus críticas a la filosofía especulativa.
En tercer lugar, y como influencia
de tipo histórico, la revolución de la Física Cuántica
fue interpretada como demostración del carácter analítico de la ciencia y de
la fuerza del pensamiento riguroso orientado hacia los hechos observables y
hacia los mecanismos de comprobación. Finalmente, como antecedente de carácter
instrumental, las herramientas de la lógica matemática,
consolidada unos veinte años antes en los “Principia
Mathematica” de Russell y Whitehead y profundizada por los lógicos polacos
y los trabajos de Hilbert, ofrecieron al Círculo de Viena un importante aparato
para traducir datos de conocimiento empírico a un lenguaje preciso, riguroso e
inequívoco que concibieron como modelo del lenguaje científico: de allí las
célebres expresiones “empirismo lógico”
y “atomismo lógico” con que se
identificó el Círculo (la
Lógica de Bertrand Russell había distinguido entre hechos/
proposiciones “atómicos” y
hechos/proposiciones “molecu-lares”).
Sobre la base de tales antecedentes,
esta escuela produjo un conjunto de tesis bien definidas que interpretan el
conocimiento científico. Entre ellas, hay cuatro que vale la pena mencionar:
-EL CRITERIO DE “DEMARCACION”: lo que
esencialmente distingue al conocimiento científico frente a otros tipos de
conocimiento es su verificabilidad con respecto a los hechos constatables. Un
dato de conocimiento será, por tanto, científico si y sólo si es susceptible de ser confirmado o
corroborado por la experiencia objetiva, aquélla que se traduce en captaciones
sensoriales. Un enunciado científico aceptable será sólo aquél que resulte
verdadero al ser comparado con los hechos objetivos. Así, la VERIFICACION
empírica constituye el criterio específico de demarcación entre ciencia y
no-ciencia.
-LA INDUCCION PROBABILISTICA : la producción
de conocimiento científico comienza por los hechos evidentes susceptibles de
observación, clasificación, medición y ordenamiento. Sigue con la detección de
regularidades y relaciones constantes y termina con las generalizaciones
universales formuladas mediante leyes y teorías. Sin embargo, dado que el
conjunto de todos los datos de una misma clase suele escapar a las circunstancias
de tiempo/espacio del investigador (es
imposible, por ejemplo, observar todas las vueltas que ha dado y dará la
tierra alrededor del sol o todos los cisnes que han existido y existirán sobre
el planeta, etc.), entonces el proceso de generalización de observaciones
particulares tiene que apoyarse en modelos de PROBABILIDAD (al Círculo de Viena, a Carnap en particular, se debe
la construcción de la
Lógica Probabilística ), base de los tratamientos estadísticos
utilizados actualmente en todas las áreas de investigación. De acuerdo al
concepto de probabilidad, es posible inferir leyes generales a partir de un
subconjunto o muestra representativa de la totalidad de los casos estudiados.
Esto implica que el conocimiento científico debe tomar en cuenta ciertos
índices de error y ciertos márgenes de confiabilidad previamente establecidos.
-LENGUAJE LOGICO: los enunciados serán
científicos sólo si pueden ser expresados a través de símbolos y si pueden ser
relacionados entre sí mediante operaciones sintácticas de un lenguaje
formalizado (independiente de su contenido significativo). Por ejemplo, si se
dice que “Fuerza” es el producto de
la “Masa” de un cuerpo y de su “Aceleración”, deberá ser posible
expresar que f = m.a. Además,
deberá ser posible operar con esos símbolos sin tomar en cuenta su
significado, de acuerdo a reglas formales que permitan formar expresiones tales
como m= f/a o a = f/m. En tal
sentido, los enunciados científicos estarán dotados de una expresión
sintáctica, formal o simbólica, por una parte, y de una correspondencia
semántica, significativa o empírica, por otra parte. La base de esta
correspondencia estará, por supuesto, en los enunciados observacionales más
concretos dados por la experiencia (lenguaje “fisicalista”).
-UNIFICACION DE LA CIENCIA : todo
conocimiento científico, cualquiera sea el sector de la experiencia sobre el
cual se proyecte, estará identificado (construído, expresado, verificado...)
mediante un mismo y único patrón. En un sentido epistemológico y metodológico,
no se diferenciarán entre sí los conocimientos científicos adscritos a
distintas áreas de la realidad. Además, todo conocimiento científico en
cualquier ámbito de la descripción del mundo deberá buscar relaciones de
compatibilidad e integración con los demás conocimientos científicos elaborados
en otros ámbitos. Ya que la realidad constituye globalmente una sola
estructura compacta y coherente (ordenada), también el conocimiento científico de
la misma debe resultar, en definitiva, una misma construcción igualmente
integrada. Según tal planteamiento, existe una única Filosofía de la Ciencia , es decir, un
único programa de desarrollo científico para toda la humanidad. La Lógica y la Matemática serán el esquema básico para toda expresión
comunicacional ‘verificable’ de la ‘ciencia’.
A pesar de su impacto inicial y de
su enorme influencia, estas tesis se vieron sometidas a crítica por otros
filósofos de la ciencia que, aunque coincidían en los aspectos básicos ya
planteados, disentían en otros más específicos (Quine, Putnam, Toulmin, Hanson,
Nagel, etc.). Los mismos integrantes del Círculo fueron haciendo revisiones y
rectificaciones propias (Carnap, especialmente, Hempel y otros). De estas
críticas y revisiones nació una ulterior interpretación del conocimiento
científico que respetaba las bases del Círculo, pero que imponía modificaciones
y correcciones de interés. En esencia, se abandonó el “empirismo ingenuo” implícito en las tesis iniciales; se reajustó el concepto de “reglas de correspondencia” entre los
planos teórico y observacional, volviendo a Whewell, quien casi un siglo antes
sostenía la relatividad de la distinción “teórico/empírico”, advirtiendo (Whewell, 1967:30) que “nuestras percepciones envuelven nuestras
ideas” (lo cual Hanson parafraseó al decir que toda observación está “cargada de teoría”); se hizo más
flexible el concepto de “reducción”
de unas teorías a otras y se amplió el modelo de las teorías científicas para
dar cabida a otras opciones válidas. Todas estas revisiones y ajustes
conformaron una diferente interpretación que se divulgó bajo el término “Received View” o “Concepción Heredada” que, en pocas palabras, consistió en una
versión menos radical y más reflexiva de las tesis del Círculo de Viena.
2.2. La Posición Racionalista
frente al Empirismo Inductivo
Ya desde las primeras declaraciones
del Círculo de Viena, había críticas de corte racionalista a las tesis
empírico-inductivas de esa escuela y aún a las posteriores revisiones de la “Received View”, antes mencionada. De
hecho, el más importante representante de estas críticas, el filósofo
austríaco Karl Popper, publica una obra fundamental, su famosa “Lógica de la Investigación Científica ”,
apenas en 1934, cuando las tesis de Viena se hallaban en pleno desarrollo. Pero
es sólo desde 1960 cuando realmente se divulgan y adquieren fuerza estas críticas
racionalistas, hasta llegar un momento en que se imponen muy por encima de
todos los enfoques precedentes. Aunque no fue precisamente en el sector de las
Ciencias Sociales donde el racionalismo
del siglo XX tuvo su mejor acogida (y mucho menos en la
Educación , donde ha pasado casi inadvertido), sí logró
dominar cómodamente en el terreno de las investigaciones tecnológicas, de las
ciencias “duras” o “pesadas” y en algunos ámbitos
tradicionalmente humanísticos como la Economía y la Lingüística (que, por
cierto, luego de haber sido antes áreas especulativas y después disciplinas
taxonómicas o descriptivas, se convirtieron, bajo el modelo racionalista, en
ciencias teóricas, explicativas, de alto nivel metodológico e instrumental).
Es cierto que después de haberse
impuesto esta posición racionalista surgieron numerosas reacciones contrarias,
como las que se mencionan más adelante, aparte de las propias revisiones y
modificaciones ubicadas dentro del mismo enfoque. Pero también es cierto que
aún la versión original perdura actualmente en amplios sectores de la investigación
científica y de los ambientes académicos internacionales (un simple ejemplo
está en las cartas, ponencias y discusiones publicadas en Hamburger, 1989).
Desde cierto punto de vista, en esta
corriente de oposición racionalista al empirismo inductivo se pueden agrupar
interpretaciones epistemológicas no del todo coincidentes entre sí, pero que
muestran, en conjunto, un trasfondo coherente de acuerdos elementales suficientes
para definir una misma orientación de la investigación científica. En ese eje
se pueden situar, entre otras, las propuestas de Bachelard, Popper,
Braithwaite, Lakatos y Bunge. Sin hablar de las discrepancias filosóficas,
algunas importantes, entre estos autores, debe tomarse en cuenta una
diferencia histórica fundamental entre ellos y es que cada uno asume sus
posiciones bajo la motivación de propuestas particulares que son distintas
entre sí, cada una de las cuales es asumida por cada autor como referencia
específica de impugnación o de modificación. Popper, por ejemplo, está
esencialmente orientado a impugnar la concepción empírico-inductiva
concentrada en el Círculo de Viena, sin prestar mucho interés a otros enfoques;
Lakatos, en cambio, se interesa en adecuar las tesis de Popper a ciertas
exigencias evidenciadas por otras críticas; Bunge, por su parte, enfrenta
referencias bastante generales, que van desde las dificultades surgidas de
Popper y del seno del mismo racionalismo, pasando por las objeciones al
empirismo inductivo, hasta la impugnación a las nuevas versiones del
subjetivismo, psicologismo e idealismo de estos años recientes. Por tanto, no
todos estos autores pueden evaluarse bajo un mismo criterio sin considerar las
referencias específicas que motivan los planteamientos de cada caso. De acuerdo
a esto, ciertas expresiones muy frecuentes en los textos de filosofía de la
ciencia evidencian esas referencias específicas: “falsacio-nismo” popperiano, “racionalismo
aplicado” de Bachelard, “falsacionismo
metodológico refinado” de Lakatos, “convencionalismo”
de Poincaré y Duhem, etc. Muy en
general, y tomando los planteamientos de Popper
como base de exposición, las tesis elementales de esta corriente pueden
sintetizarse en lo siguiente:
-EL CRITERIO DE DEMARCACION: lo que
diferencia a la ciencia de otros tipos de conocimiento es su posibilidad
sistemática de ser RECHAZADA por los datos de la realidad. A diferencia del
enfoque empírico-inductivo, según el cual un enunciado es científico en la
medida en que su VERACIDAD pueda ser confirmada por la experiencia, en el enfoque
racionalista de Popper y sus seguidores, un enunciado será científico en la
medida en que más se arriesgue o se exponga a una confrontación que evidencie
su FALSEDAD. Según esta posición, la ciencia se distingue de otros
conocimientos por ser “falsable” (y
no “verificable”), es decir, porque
contiene mecanismos orientados a determinar su posible falsedad. La base de
este criterio está en la misma crítica al empirismo y al inductivismo: por más
que un enunciado se corresponda fielmente con miles de millones de casos de la
realidad, en principio nada impide que de pronto aparezca un caso
contradictorio. Si, por ejemplo, observamos millones de cuervos y observamos,
además, que todos son negros, no hay razón lógica para concluir en que todo
cuervo es necesariamente negro, ya que siempre cabe la posibilidad de que
aparezca alguno de otro color. Y, dado que el conjunto completo de todos los
casos posibles escapa a la observación del ser humano, nunca será posible
VERIFICAR o comprobar la verdad de un enunciado como “todos los cuervos son negros”. Pero, en cambio, sí será siempre
posible determinar su FALSEDAD, para lo cual bastará un solo caso en que no se
cumpla la ley. Por tanto, el conocimiento científico no persigue demostrar su
veracidad, sino exponerse a cualquier caso que evidencie su falsedad. Así,
todo enunciado científico podrá ser mantenido sólo provisionalmente (aún cuando
transcurran siglos), mientras no aparezca un caso que lo contradiga (es decir,
jamás podrá ser decisivamente VERIFICADO); pero, en cambio, sí podrá ser
refutado y desechado definitivamente apenas surja un dato que lo niegue. En
síntesis, los enunciados científicos se distinguen justamente por estar
siempre expuestos a pruebas de FALSEDAD. De esta forma, el “falsacionismo” viene a ser el criterio
de demarcación entre ciencia y no-ciencia y, por tanto, es la magnitud de su “contenido de falsedad” lo que hace más o
menos científico a un conocimiento dado. De lo anterior se infiere que la meta
de la ciencia y de la investigación jamás podrá ser la CERTEZA objetiva, la cual
no existe, sino, más bien, la “verosimilitud”,
o sea, el grado en que un enunciado sea capaz de salir ileso de las pruebas de
falsación y de prevalecer ante otros enunciados competidores por su mayor
capacidad de cobertura ante los datos de la experiencia. A diferencia del
positivismo lógico, el racionalismo desecha el concepto de “verdad objetiva e inmutable”, acepta la
relatividad del conocimiento científico, admite los factores sociales e
intersubjetivos que condicionan su validez y, tal vez lo más importante,
plantea su carácter de CORRECTIBILIDAD sobre la base de constantes procesos de
falsación ante los hechos y ante otras opciones de conocimiento. Así, y de
acuerdo a esta interpretación, mientras el conocimiento especulativo idealista
(los discursos retóricos, por ejemplo, o políticos, religiosos, subjetivistas,
psicologistas, etc.) se vale de subterfugios para evadir su confrontación con
la experiencia y para escapar a toda evidencia de falsedad, el conocimiento científico
se valida, por encima de todo, en sus posibilidades de error. Desde este ángulo
queda plenamente aceptado y justificado el hecho de que sea en la ciencia,
precisamente, donde se descubra la mayor cantidad de errores del conocimiento
humano, ya que otros tipos de conocimientos evaden las confrontaciones o riesgos
y esconden sus debilidades. Como
contraparte, es también en la ciencia donde se halla el mayor número de
rectificaciones y evoluciones, mientras otros tipos de conocimiento permanecen
estancados e improductivos.
Aún dentro del mismo racionalismo,
sin embargo, este criterio de falsación no es, ni mucho menos, compartido
unánimemente como base de demarcación del conocimiento científico, aunque sigue
vigente hoy en día en muchos sectores académicos. Ha habido propuestas
diferentes: a Bunge (1985a:33), por
ejemplo, parece bastarle la condición mínima de “contrastabilidad” de los enunciados sistemáticamente derivados
de hipótesis; Lakatos situó la
referencia de falsación en teorías rivales y no en los hechos de la
experiencia; más recientemente, el matemático René Thom (el de la “Teoría de las Catástrofes)” propuso,
como condición, la capacidad para “reducir”
descripciones empíricas (Hamburger, 1989:72). Pero, más allá de las propuestas,
el criterio de demarcación sigue siendo un problema no resuelto entre los
racionalistas actuales. Una posición bastante generalizada y sumamente flexible
consiste en admitir que cada disciplina determina sus propios y específicos
criterios de demarcación en función de sus posibilidades DEDUCTIVAS.
-CARACTER TEORICO-DEDUCTIVO DEL CONOCIMIENTO: como se
sugirió antes en el ejemplo de los cuervos negros, el racionalismo de este
siglo declara inválido el conocimiento construido mediante generalización de
casos particulares (la famosa “crítica a
la inducción”) y concebido como simple descripción o sistematización de
regularidades detectadas en los hechos estudiados (al estilo del
estructuralismo de mediados de siglo, por ejemplo, o de ciertas versiones del
conductismo). No obstante el esforzado e ingenioso aparato de la Lógica Inductiva
elaborado por Carnap en el Círculo de Viena, la interpretación racionalista
hace una impugnación implacable al concepto inductivo del conocimiento científico
y a los métodos de investigación derivados de dicho concepto. A pesar de que en
los sectores más amplios se admite la inducción probabilística como opción
operativa y estratégica de apoyo a la investigación, la característica
fundamental y más específica del racionalismo en cualquier versión es,
definitivamente, la concepción teórica
del conocimiento, en términos de capacidad de EXPLICACION predictiva y
retrodictiva, sustentada en una vía DEDUCTIVA estrictamente controlada por formas
lógico-matemáticas. En tal sentido, y en términos muy simples, el conocimiento
en torno a cualquier conjunto problemático de datos empíricos empieza por “conjeturas” muy amplias y arriesgadas a
partir de las cuales puedan ir derivándose progresivamente las explicaciones
más específicas de la realidad problemática. Finalmente, como ya se dijo, si
éstas últimas explicaciones no resultan negadas por los hechos, las conjeturas
iniciales junto con todo el sistema de derivaciones podrán quedar en pie de
manera provisional, hasta tanto no surja un hecho incompatible o una nueva
teoría más potente. De lo contrario, si apenas un solo dato empírico resulta
opuesto a las derivaciones específicas, la teoría deberá abandonarse por
inadecuada o FALSA. De acuerdo a esto, el conocimiento científico es sinónimo
de conocimiento teórico producido bajo sistemas deductivos, con capacidad para
ir más allá de las respuestas a cómo son los hechos, tras respuestas a sus
causas y porqués, de modo que pueda explicarse cada uno de los hechos, pasados
y futuros, que pertenecen a una misma clase, independientemente de las
circunstancias espacio-temporales. Así, en lugar del concepto de “ciencia empírica” (producida a partir
de los datos fácticos), el racionalismo postula el concepto de “ciencia teórica de base empírica”
(producida a partir de hipótesis amplias y confrontada con los hechos).
-REALISMO CRITICO: como se vio antes, el
empirismo inductivo de Viena reaccionó contra toda forma de idealismo (según el
cual todo conocimiento se desvía de
los hechos objetivos para convertirse en representaciones condicionadas por
los esquemas mentales del sujeto y dependientes más de sus estructuras
personales y socioculturales que de las estructuras ontológicas del objeto).
Como respuesta asoció entonces el concepto de objetividad total al
concepto de ciencia. En sus versiones más radicales, esta respuesta constituyó
lo que se ha llamado el “realismo ingenuo”.
Sin embargo, esta postura se fue ampliando con el tiempo. Para la época de las
primeras voces del racionalismo, y como rechazo tanto al idealismo como al
realismo ingenuo, se adoptó el concepto de “realismo crítico”, según el cual no es válido identificar el
conocimiento o la percepción con los objetos estudiados o percibidos, como si
hubiera una estricta correspondencia, de donde se deriva la necesidad de
someter a “crítica” los productos de
la investigación, con la intención de profundizar en las diferencias entre
resultados objetivos y resultados subjetivos. Popper (1985:43), por ejemplo,
desde el principio sostenía que “la
objetividad de los enunciados científicos descansa en el hecho de que puedan
contrastarse intersubjetivamente”, refiriéndose a la “regulación racional mutua por medio del debate crítico”. A pesar
de las frecuentes acusaciones de ‘ahistoricismo’ y ‘positivismo’, al proponer
el concepto de “intersubjetividad” asociado
a la negación del concepto de “certeza”
y a los conceptos de “verosimilitud”
y “grados de corroboración”, el
racionalismo toma sus distancias con respecto al auténtico positivismo y prevé
las condiciones sociocontextuales de validación del conocimiento (por supuesto,
mucho menos elaboradas en Popper que en Lakatos y menos en éste que en las recientes
versiones del “enfoque estructural”,
mencionado más adelante).
2.3. La Reacción Anti-Analítica
y Socio-Historicista
Hay, desde cierto punto de vista,
dos elementos comunes en las interpretaciones empírico-inductiva y
racionalista que se acaban de reseñar (coincidencia que, por cierto, lleva a
algunos autores a incluir ambos enfoques en una misma interpretación
supuestamente “positivista” o “cuantitativa”, olvidando que las
diferencias son aún más numerosas y relevantes que estas coincidencias): un
primer elemento común es la concepción analítica de la ciencia; el otro es su escasa
atención al contexto SOCIOHISTORICO que condiciona el conocimiento científico.
La concepción analítica de la
ciencia se opone, básicamente, a las concepciones metafísicas y retóricas
fundadas sobre el lenguaje verbal espontáneo y sobre el razonamiento libre. En
sustitución del lenguaje natural, proponen un METALENGUAJE como instrumento de
control y como medio de expresión de los enunciados científicos, es decir, una
especie de código que opera sobre las expresiones del lenguaje natural asignándoles
diversas funciones, diversos niveles jerárquicos y diversos valores. Y, en
sustitución del razonamiento libre, proponen una LOGICA FORMAL como
instrumento de legitimación y validación de las secuencias de pensamiento
elaboradas en función de las descripciones y explicaciones científicas. Por
ejemplo, una expresión ordinaria como “Pedro
no es cubano” se somete al metalenguaje ya mencionado cuando se
transforma en una expresión analítica como “El enunciado ‘Pedro es cubano’ es falso”. De esta manera, para la concepción analítica toda
expresión científica debe ser reductible a una estructura metalingüística que
permita considerar el valor de verdad (FALSO o VERDADERO) de dicha expresión,
siempre en relación con una situación o estado de cosas constatable intersubjetivamente
(la verdad o falsedad de las hipótesis teóricas, sin embargo, no se determina
en relación con ellas mismas, sino a través de la verdad o falsedad de los
enunciados que se deriven de ellas). Por otra parte, no es válido un razonamiento
como, por ejemplo, “quien se alimenta
bien sobrevive, así que vivirás mucho tiempo porque comes bien”; pero, en
la concepción analítica, la invalidez de este razonamiento no depende de
transgresiones al sentido común y ni siquiera del contenido de las palabras; es
inválido sólo porque transgrede las leyes formales lógicas de los enunciados
condicionales. Es decir, es el aparato de la Lógica Formal , y no
otra cosa, lo que decide, la validez de un razonamiento.
El segundo elemento en que coinciden
el positivismo lógico y el racionalismo crítico consiste en relegar a un
segundo o tercer plano las condiciones sociales e históricas en la
interpretación del conocimiento. El ahistoricismo más radical se ubica en las
tesis del Círculo de Viena y es consecuencia del énfasis preponderante que
ellas asignan al dato positivo, inmediato, observacional, directo, como
referencia válida del conocimiento, con exclusión de todo factor externo o
contextual. En el racionalismo, las posiciones en cuanto al carácter
sociohistórico del conocimiento difieren en grados de amplitud y flexibilidad.
Por ejemplo, la interpretación de Popper (1957, 1961) desecha la posibilidad
de leyes históricas y de evolución social, como consecuencia de su enfoque “indeterminista” de la Física y la Sociología ; pero, en
cambio, postula una referencia social para el conocimiento (alcance “intersubjetivo” de la ciencia como “institución social”). Gaston Bachelard
(1951) en cambio, así como Imre Lakatos (1978), conceden un papel más decisivo
al factor histórico, bien sea en términos de “progreso de la racionalidad” (Bachelard) o en términos de “historia interna” como referencia de
contrastación de teorías rivales. Pero, en todo caso, no hay en el
racionalismo, al menos antes de la década del ’70, una visión
estructural-funcional de los factores históricos al lado de los factores
lógico-cognoscitivos. Mucho menos la hay con respecto a los factores
socio-psicológicos. A modo de ilustración, el racionalismo no explica el
simple hecho de que ciertos conocimientos científicos pudieran haber dependido
del prestigio o posición de sus productores o de ciertos intereses políticos e
ideológicos favorables, por ejemplo.
Contra estos dos elementos comunes
habrá, a partir de 1970, una sólida reacción que comienza con “La
Estructura de las
Revoluciones Científicas” del físico Thomas Kuhn (publicada ocho años
antes), continúa con “Contra el Método”
de Paul Feyerabend (primero como ensayo en 1970 y luego como libro en 1975) y
sigue con la llamada “Escuela de Frankfurt”,
cuyas tesis van más allá de una epistemología y cuya manifestación más
elaborada es la “Teoría de la Acción Comunicativa ”
de Jürgen Habermas, en 1985. Esta reacción, de aquí en adelante, se
diversifica en una proliferación casi incontrolada de enfoques diversos, que
van desde extremas formas de empirismo, inducción, idealismo y especulación
retórica, en algunos casos, hasta replanteamientos que buscan resolver
necesidades muy específicas de ciertas áreas de conocimiento (“etnografía” y “etnometodología”, “investigación-acción”,
“investigación participante”, “investigación naturalista”, “investigación evaluativa”, etc., con una
notoria proliferación de términos nuevos: “escenario”,
“triangulación”, “consenso”, “visualización”, “internalización”,
etc.). El impacto de esta reacción anti-analítica y sociohistórica ha estado
casi totalmente limitado a los diversos sectores de las Ciencias Sociales. En
el ámbito de las Ciencias Naturales, en Física especialmente, este enfoque
practicamente no ha tenido repercusión.
Dicho en forma general, la tesis
esencial de este enfoque sociohistórico plantea que el conocimiento científico
carece, en cuanto tal, de un estatuto OBJETIVO, UNIVERSAL E INDEPENDIENTE (o
sea, no tiene carácter de ‘constante’ con respecto a las ‘variables’ del
entorno), sino que, al contrario, varía en dependencia de los estándares
socioculturales de cada época histórica. Por tanto, no existe LA metodología
científica ni EL criterio de demarcación, etc., sino LAS metodologías, LOS
criterios, etc., según los estándares de las diferentes sociedades.
Kuhn (1975), el iniciador de esta
reacción y el que menos radicalmente se apega a esa tesis general, propone los
conceptos de “comunidad científica”,
“paradigma”, “ciencia normal”, “crisis”,
“revolución científica” y otros, para
explicar el desarrollo de la ciencia en una secuencia como ésta: paradigma1 (ciencia normal1)
®
crisis ®
revolución ®
paradigma2 (ciencia normal2) ® ... Por tanto, las teorías científicas no se
superan unas a otras mediante procesos de verificación ni de falsación.
Simplemente, cambian en virtud de las crisis y pérdidas de fe en un determinado
paradigma científico y esto, a su vez, depende mucho más de las variables
sociohistóricas que de los procesos del conocimiento en sí mismos.
Paul Feyerabend, en cambio, ofrece
una versión más radical, llevando aquella tesis general a sus extremas
consecuencias: dado que no existe EL método, cada quien puede usar el que
quiera (principio del “todo vale” y
postulación del “anarquismo epistemológico”).
Además, dado que las teorías científicas son productos variables de estándares
sociohistóricos también variables, entonces ninguna teoría es comparable con
otra, cada una es tan verdadera como las otras y, en consecuencia el mundo va
cambiando a medida que cambien sus respectivas representaciones asociadas al
conocimiento científico de la época (concepto de la “inconmensurabilidad” de las teorías).
Como producto de estas tres
versiones de la tesis general anti-analítica y sociohistórica, en el seno de
las Ciencias Sociales se han promovido diversas opciones metodológicas que
tienen en común los siguientes rasgos: rechazo de tratamientos y lenguajes
lógico-matemáticos y simbólicos en general; preferencia por técnicas no
estructuradas y flexibles de recolección de datos; inclusión de la experiencia
del investigador en el conjunto de las fuentes de datos investigativos; apelación
a juicios de personas típicamente relacionadas con los procesos bajo estudio;
mecanismos de razonamiento basados en las propiedades semánticas del lenguaje
natural. Como calificativo referencial, todas las modalidades agrupadas bajo
estos rasgos suelen ser identificadas con la expresión “investigación cualitativa”. En cuanto a sus diferencias, estas
opciones metodológicas pueden agruparse en torno a dos epistemologías
clásicas:
-INVESTIGACION EMPIRICO-INDUCTIVA: es una
modalidad orientada hacia el CASO concreto, independiente de los conceptos
probabilísticos de muestra y población. El espacio de investigación queda
identificado con el caso o “escenario”.
Las generalizaciones (cuando se producen) parten estrictamente de los datos
particulares del caso estudiado. En otras versiones, no se producen
generalizaciones más allá del ambiente espacio-temporal seleccionado, en cuyo
caso el estudio constituye una descripción focalizada, independiente de la clase a la que pertenece el hecho
estudiado.
-INVESTIGACION RACIONAL-DEDUCTIVA: en un sentido
totalmente diferente al de la postura analítica antes expuesta (de hecho, sus
ponentes suelen hablar de una “Nueva
Racionalidad”), esta modalidad trabaja sobre la base de conceptos generales
que pueden combinarse entre sí manteniéndose en el mismo nivel de generalidad
para extender el sistema conceptual o que pueden analizarse y aplicarse a
diversas clases de referentes en niveles menos generales (ejemplificaciones,
ilustraciones, comparaciones, etc.). A diferencia del racionalismo clásico, no
suelen establecerse las reglas de validación, ni los parámetros para
diferenciar los elementos de naturaleza racional de aquéllos que no lo son ni,
en general, ninguna de las referencias a las que se ve obligado el positivismo
o el racionalismo típico. Al menos (para aquellos casos en que un investigador
particular pudiera establecer de antemano algunas de esas referencias) no
existen hasta ahora definiciones estandarizadas
de una nueva “racionalidad”
investigativa. Más bien, parece ser el tradicional género del `ensayo’ el que
en muchos casos define esta variante sociohistoricista.
Hay que resaltar que,
adicionalmente, cada una de estas dos variantes se modifica según cualquier
enfoque de tipo REALISTA o IDEALISTA. Se tienen, por tanto, investigaciones
(tanto inductivas como deductivas) que se orientan hacia la realidad
constatable de amplio margen intersubjetivo. Pero se tienen también enfoques y
prácticas investigativas absolutamente idealistas, subjetivistas y retóricas,
cerradas a toda posibilidad de crítica, enfoques que en nada se diferencian
del discurso ideológico dominante o de la literatura.
2.4. Las Versiones Actuales del Racionalismo
Una vez difundidas las críticas
anti-analíticas y sociohistóricas, no se hizo esperar la respuesta de los
filósofos y científicos racionalistas. Para un buen grupo de ellos, aquella
tesis general es, simplemente, el
primer paso para un inminente escepticismo, totalmente anárquico, libertino e
inaceptable, tal como lo demostraron las posiciones de Feyerabend. Para otros,
es una advertencia sobre las limitaciones de la versión popperiana, de donde
es posible definir varias rectificaciones sin abandonar la esencia del
RACIONALISMO CRITICO. Mientras en el primer grupo se hace caso omiso de
cualquier aporte ofrecido por el Sociohistoricismo (especialmente en algunos
ámbitos tecnológicos de la ciencia), en el segundo grupo se llama la atención
sobre ciertos aportes considerados como argumentos para ciertos puntos de
vista que ya venían discutiéndose en el mismo seno del racionalismo de base popperiana,
especialmente en los ámbitos epistemológicos de las ciencias ‘pesadas’ ya
consolidadas (de la Física ,
sobre todo) y de las ciencias ‘ligeras’ avanzadas, como la
Lingüística , la Economía y la Antropolo gía (véase
Mouloud, 1974, entre otros).
Los actuales representantes del
racionalismo crítico más radical (el primero de los grupos mencionados)
fundamentan sus posiciones en los productos TECNOLOGICOS de la ciencia
racionalista del siglo XX (artefactos, máquinas, lenguajes, procesos, etc.,
gracias a los cuales hay numerosas comodidades materiales de las que también
disfrutan los filósofos sociohistoricistas), sobre todo si se comparan con la
ausencia de productos y efectos prácticos del paradigma anti-analítico en sus
propias áreas de dominio: ¿dónde están sus aportes y cambios concretos en
materia de pobreza, marginalidad, discriminación y muchas otras formas de
deterioro social creciente? ¿Dónde están frente a los problemas sociales?
¿Cuál es el punto intermedio entre sus propuestas conceptuales y los hechos de
creciente deterioro social? ¿Cómo se resuelven aquellos conceptos en estos
hechos? ¿Es la retórica verbal un lenguaje científico que genere
transformaciones sociales? Este tipo de preguntas conforman frecuentes bases
argumentales del actual racionalismo radical en contra de la epistemología
no-analítica que se vincula a Kuhn, a Feyerabend y a los neo-marxistas de
Frankfurt. Otra de estas bases argumentales estriba en las debilidades
lógico-matemáticas que subyacen al discurso típico de la posición
anti-analítica y sociohistoricista; sobre esta base, los racionalistas
radicales suelen hacer énfasis en las consecuencias metodológicas
de supuestas ambigüedades, imprecisiones
y contradicciones detectadas en los textos de varios autores anti-analíticos o
sociohistoricistas (Bunge (1985b por ejemplo) dedica numerosos escritos al
análisis de estas ambigüedades). Pero, más en general, el argumento sustantivo
con que el actual racionalismo analítico responde a las objeciones de Kuhn y
Frankfurt consiste en analizar las capacidades virtuales del método
hipotético-deductivo y del “análisis”
lógico-matemático para cubrir o explicar las exigencias históricas y
sociopsico-lógicas de los hechos naturales y humanos. En este sentido, enfatizan
las perspectivas de construir “teorías
analíticas” de los hechos sociales y humanos, que incluyan los aspectos
exigidos por el Sociohistoricismo, sin necesidad de acudir a sus propuestas
teórico-metodológicas, a las cuales consideran irracionales y
pseudocientíficas.
La versión
moderada del actual racionalismo crítico parece sustentarse en el argumento
sustantivo de la versión radical, para proceder, de hecho, a elaborar
propuestas metodológicas que demuestren la capacidad de cobertura o de alcance
del modelo analítico racionalista con respecto al factor sociohistórico. En vez
de polemizar e impugnar, admiten la necesidad de incluir los aspectos
sociales, psicológicos e históricos del conocimiento científico y se encaminan
a elaborar propuestas metodológicas analíticas que satisfagan tal necesidad,
sin acudir a enfoques empiristas, fenomenológicos, dialécticos, etc. Dentro
de esta versión, son sumamente importantes y representativas (a pesar de su
poca difusión en el ámbito educativo venezolano) las ofertas de J. Sneed (“The logical Structure of Mathematical
Physics”, en 1971), de W. Stegmüller (“La Concepción
Estructuralista de las Teorías”, en 1979, publicada en
español en 1981) y de otros autores como Suppes, Adams, McKinsey, etc. Sin tener
nada que ver con el célebre “estructuralismo”
generado en la Lingüística
de mediados de siglo, esta propuesta aplica el instrumental metalingüístico y
lógico-formal típico del racionalismo crítico, vía deductiva, a un nuevo
sistema de formulación de teorías en el cual se le asigna un valor estructural al factor
histórico y sociológico, satisfaciendo de esa manera las objeciones iniciadas
por Kuhn. En efecto, en uno de sus escritos posteriores (Kuhn, 1975), expresa
su acuerdo con esta propuesta de Sneed y Stegmüller. Los conceptos de “aplicación”, “especialización”, “evolución”
y “redes teóricas”, entre otros,
implican una importante consideración del contexto sociohistórico del
conocimiento y de su aspecto holístico o globalizante.
Aparte de esta nueva
escuela “estructural”, ha habido
muchas otras manifestaciones racionalistas que intentan responder a las
exigencias históricas y psicosociales en la ciencia, elaborando
interpretaciones que, en algunos casos, muestran un alto grado de flexibilidad.
El físico John Ziman (1980, por ejemplo) ha venido trabajando sobre las vinculaciones
de la ciencia con aspectos tales como “comunicación”,
“autoridad”, “cambio”, “economía”, “estado”, etc. Otros como Abraham
Moles (1984, por ejemplo, en la posición tal vez más cercana al
Sociohistoricismo y a cierto idealismo particularmente entendido) consideran el
aspecto “creativo” y personalizado
de la ciencia, con inclusión de ciertos conceptos de la dialéctica marxista.
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